El Mono, un asiduo parroquiano, con mucho salero y algo escrupuloso, pidió un café. Entonces no había cafetera ni ná. El sirviente-camarero acababa de meter la paja en el pajar y los bolsillos de la chaqueta se le había llenao de paja.
Pá servir llevaba un jarrillo con el café en una mano y otro jarrillo, con la leche, en la otra. No le quedaba más remedio que meterse los vasos y el azúcar en los bolsillos y al sacarlos los limpiaba con su propio pañuelo. Se ponía por delante y, -decía Bastian Corin-, que pá decir: “quieres el café solo o con leche,” le echaba lo primero un poquito de café y luego le decía al Mono, que era así, chiquitillo –lo perfila con la mano-:
-¿Te vasio, con el jarrillo de la leche, te vasio, te echo leche?
- El Mono: sí, hombre, vásiate como una ibia.
-¿Y azúcar? ¿Esto no lleva azúcar ni ná?
- También, hombre, no te apures.
Y se sacaba del bolsillo un puñao de azúcar revuelto con paja, mientras vía el Mono, con cara de espanto, aguantando las arcás, cómo caía la azúcar revuelta con paja en su café.
Hubo también una taberna, de Juanito Ramos, que tenía hasta una mesa de villar. Era una taberna de lo má flamenco que había..., tenía sus vasitos como los de la Casa el Guardia, un poquito acampanaos. Ponía sus tapitas de anchoas, hechas por él.
La mesa de villar, no de estas planas, con boquetes –americana, apostilla El Duque-. Tenía cinco o seis boquetes en las puntas, otros por los laos, una bola colorá que valía má que las otras. Yo (Antonio) de mosalbete ugué allí.
Transcripción: Luis Torremocha
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