Cuando mataron a los 14, contaba que eran del Trabuco pero venían d’ Archidona también. Los traían en un camionsillo d’ aquellos que se calentaban por menos de ná… y se calentó. Pararon en El Lugar pá que se resfrescara. Los dearon en los calabosos. S’hartaron de vino los milicianos, se calentaron, y dispusieron de matarlos. Los llevaban pá “El Barco roto,” una prisión qu’ había en un barco…eran fascistas.
(A un pariente mío (Miguel) lo llevaron al Barco Roto, pero él ni era fascista ni ná. Lo sacó mi tío Antonio. El d’ El Encebro, también, y, también lo echaron).
Los sacaron de dos en dos. Los dos primeros lo mataron en derecho del calleón de la calle Camacha, el que desembocaba frente a Fernando el carpintero. Sacaron otros dos, y una miílla má abao.., después otros dos y así...; los dos últimos, a lo meor, en lo que después fue la fuente Las Parras.
Los enterraron en El Lugar pero vinieron los familiares una ves que entraron los fascistas.
Yo (Miguel) m’enteré bien, ¡¡mu bien d’aquello!!
Unos falangistas me dieron ( yo tendría unos 15 años, estaba en mi casa, hasta salí comiendo un peaso de pan.); en la esquina, por la casa de Perico Embustes. Los falangistas habían subio pá’ rriba, también calientes, y la ente s’había quitao del medio. En la calle atrás pillaron a unos pocos y me llaman y me dieron:
-¿Quiénes son aquellos que s’han asomao allí?, porque si no mu lo dises te vamos a llevar al simenterio y matarte también.
-Yo no pueo desir quienes están porque yo no lo sé.
-Pues, venga pá’bao.
Y me llevaron al simenterio y yo me meé…¡qué iba haser!
Y allí me preguntan: ¿tú eres uno de esos que han fusilao a esos?
(Menos má que vi en el simenterio a unos pocos del Lugar y m’entró una miilla de ánimos, sabes).
Empezaron.., uno que tenía unas tres flechas blancas en el borde…un jefe de senturia sería:
-¿Qué hasen estos aquí?
-Po que estaban asomaos divirtiéndose viendo…( los fusilamientos)
-Ah, sí.
-¡Vengan pá cá, uno a uno!
Los registraban, casi siempre se llevaba una navailla, de aquellas de tres gordas, se la quitaban y ,chiquillo, un par de galletas, unas pocas de galletas, pero ¡¡unas pocas!!
Venga otro … y otro. Y yo allí sentao en una piedra, chorreando…
-Hemos traio también a un niño. Aquí está.
-Ven pá cá.
Me pusieron en la fila; oyes, ¡ no me pegaron!, me quitaron la navailla.
Al final:
-Bueno, ¿estos qué vamos a hacer con ellos?
-A éstos le pegamos un tiro a cá uno y que se queen ahí.
La familia misma de los fusilaoos vían que… desían: “ estos que nos ayuen y se vayan.
Y dise el de las flechas:
-No, éstos se van a venir conmigo.
Mu llevaron al ayuntamiento, a los calabosos. Allí mu metieron y mu mandó llamar Andres Billoto que era alcalde…
Mandamos llamar a Marquitos aquel, que era jefe de falange:
“Ya no poemos haser ná, si fuera sío antes de los partes esos a Málaga, ya no hay remedio”.
“Ñeta, ¡¡que mu van a matar!!”
A los dos o tres días de estar allí, un sargento que tenía unas vendas, “el de las vendas,” aquel que fue bueno pá el pueblo, s’asomó por la ventanilla y
-¿Vosotros qué haséis aquí?
-Aquí mu han traío.
-Pero, ¡vamos a ver, qué ha pasao aquí!
Entró y ya le contaron ellos lo que había pasao y dío: “casi siempre pagan justos por pecadores. Yo daré una vueltesilla por aquí y veremos lo que se hase.”
Se fue… como pá orinar...; tardó otros dos o tres días…allí no venía nadie a ná. Apareció el sargento:
-¿Toavía estáis aquí? Venga, pá'rriba, pá el ayuntamiento, ( no pá fuera, no a la calle)
-¿Qué es lo que hasíais asomaos allí?
-Tú, (al niño, Miguel) estabas allí, ¿no?
-Yo salía de mi casa y unos falangistas me llamaron pá que yo diera los que había allí asomaos y yo no había visto a nadie.
A otro: ¿Ud. qué hasía allí?
-Yo ná...; es que encartó que a los que pillaron ninguno estaba asomao. Estaban allí Santiago tomando el sol. Frasquito Péres, que tenía unos guarrillos y un braso quebrao. Antonio Lili que estaba casi siego y vivía allí con su muer. Bastián Peres que había ío a trabar la yegua a la calle Atrás…
-Estas cosas, cuando pasa algo así, se va a algún sitio, al Ayuntamiento, a ver si hay que auxiliar a alguno, comenta el sargento.
-Es que no estábamos asomaos.
- Bueno, se vais cá uno a vuestra casa, se laváis la cara un poquillo y en misa- porque era domingo- ¡¡ sus quiero ver a tós, dándole grasias a Dios!!
Y ¡tuve (Miguel) que ir a misa! Yo no hasía ná má que ponerme delante del sargento cuando lo ví en la ilesia…pá que me viera…,él ni s’acordaba que había dicho aquello.
Hasta la navailla me la devolvieron.
¡¡Ahora que pasemos 4 ó 5 días allí buenos!!
Transacripción: Luis Torremocha