Era algo egoístilla, trincaillo. Le gustaba pasearse por el Puerto de la Horca y llegó a tener una sierta amistá con Pepe Diegares, el de la calera, y disen que desía – la ente, aunque fuera en broma, se lo tomaba en serio-:
“Yo, -como tenía categorías en los entierros y en las misas-, con asomarle la cabeza a un gordo y a un menuo, un entierro grande y otro de los chicos, hago el avío”.
Dos mil pesetas eran pá los grandes: ponían catafalcos, varios monesillos, mucho gorigoris…
Por cierto, una vez faltaba un monesillo y le pidieron a un niño que andaba por allí, que rechazó, disiendo: “eso sí, ¡¡yo ahora me voy a vestir de jembra!!…”
Una vez estábamos en El Casino, en el mostraor y pasó uno, ya hecho un vieo, y estaba Pepe el sacristán, el que era de Cuevas Bajas,-¡qué tampoco pasó hambres!!- Y dío:
¡¡“No ves que dos mil pesetas van ahí.”!!
Cuando se murió Juan Matojo, ya ves, estaban mu malísimamente, fueron a hablar con él, pá el entierro más barato. Les estuvo explicando cómo era el presio, cómo iban vestíos, con capa yo no sé cuánto…;” bueno, nosotros le hemos pedío el más barato de tos” y dice Pedro el de la Miel:
¡Bueno!, ahora asoma el cura aquí en cueritates”
Transcripción: Luis Torremocha